La paz parece estar en el limbo en manos de un Gobierno que podría reforzar trasnochadas tradiciones en un país injusto y anclado en privilegios supérstites.
La alta votación en segunda vuelta les da una muy buena legitimidad tanto al Presidente electo como al grupo que aspira a adelantarle oposición. Se registró una aceptable participación ciudadana del 53%.
Mientras que entre la primera y la segunda vuelta los ciudadanos encauzaron libremente su voluntad, los políticos profesionales, en cambio produjeron en esta ocasión distorsiones que debilitaron la posibilidad democrática de una oposición más fuerte que la que está planteada, ya que privilegiaron en sus alianzas a un solo partido, el triunfador, en desmedro del vigor proporcional de los demás.
Es la derrotada maquinaria de los partidos tradicionales en su degradada majestad, que cierra filas en torno al nuevo mandatario, significando acomodaticia lealtad a sus designios y la voluntad de renunciar al derecho y al deber de hacerle oposición constructiva a un gobierno ideológicamente tan distante para muchos de ellos.
Quien hoy explicablemente reclama para sí la jefatura de la oposición, cayó noqueado en la dura lona del cuadrilátero electoral pero ha dado muestras de querer levantarse para reincorporarse con decisión a la lucha democrática. Aunque tendrá, sin debilitarlo, que moderar significativamente, dentro y fuera del Senado, su punzante discurso, si es que quiere garantizar la cohesión de los numerosos sufragantes que no son solamente atribuibles a él sino al prestigio de reconocidos dirigentes de diversos grupos, tributarios de la misma causa, y a la energía de un conjunto humano con voluntad de cambios fundamentales, dentro de la institucionalidad. Tendrá, además que refrenar su espíritu autoritario para trabajar al fin en equipo y bajarle drásticamente a su tendencia a estimular la estéril confrontación entre estamentos sociales. En una palabra, tendrá que continuar en campaña, pero esta vez internamente, para conquistar a los electores que viene reclamando como incondicionalmente suyos.
El grupo triunfante, que desde hace mucho se esfuerza por hacer del pensamiento político nacional algo enteramente homogéneo, so pretexto hoy de estar uniendo a un país dividido y que contribuyó a polarizar durante los últimos dieciséis años, fomenta ahora un seductor ambiente de uniformidad política, ideal para el impulso del partido único con el que siempre ha soñado. Después de ocho años reaparece con incontenible fuerza bajo la engañosa denominación que viene ostentando de “Centro Democrático”, para muchos nuez del nuevo pensamiento político preponderante en Colombia.
El grupo victorioso y su comandante, que entendemos será desde ahora el Presidente electo, podría por ejemplo interponer su enorme influencia del momento en el Congreso para que se apruebe sin pretextos en esta legislatura la ley de procedimiento de la JEP que presentó el Gobierno con mensajes de urgencia e insistencia. Porque si se aplaza para la próxima legislatura, con un nuevo Congreso, se dejaría a la Justicia Especia para la Paz prácticamente manicruzada respecto a lo esencial y por tiempo indefinido.
Se la conminaría a tener que echar mano de su propio reglamento interno y a remitirse desde él a otras normas de procedimiento existentes, con los riesgos jurídicos que tendrían así sus decisiones.
La ostensible mayoría que tiene ya en las dos cámaras y la reforzada que tendrá desde el 20 de julio el nuevo Gobierno, debería servirle para que no sean la justicia, la paz y las víctimas las que continúen siendo postergadas o sacrificadas.
Sin oposición política aún organizada ni demasiado vigorosa, y la tendencia a consolidar el esquema del partido único en armonía con su autoritarismo consubstancial, el nuevo Gobierno podría elegir la senda equivocada de reforzar trasnochadas tradiciones en un país injusto y anclado en privilegios supérstites.
Pero el joven Presidente puede, por el contrario, afirmar independencia real de su mentor y de los vientos cruzados en su propio grupo, y algunos piensan que comenzó a hacerlo en su discurso de triunfo. Señaló que no gobernará con odios ni con rencores, lo cual marca contrastes y produce gran alivio.
Habría esperanzas de que respete a la oposición y la rodee de las garantías necesarias; de que fortalezca los instrumentos institucionales ya adoptados para lograr la paz perdurable en todos los rincones de la nación. Esa sería la ruta adecuada. Una gran cantidad de colombianos expectantes está observándolo y desde luego también la aguda mirada de la comunidad internacional.
El conteo apenas comienza.
*Director del Observatorio de Paz de la Universidad Libre