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¿La paz con el ELN se busca o se evade?

By jorge-gaviria In Colombia 2020

07

Sep
2018

Con condiciones radicales y poco realistas del Gobierno hacía esta guerrilla, la continuidad de los diálogos parece quedar en el limbo.

 


 
Por: Jorge Gaviria Liévano
 

 

 

La posición del Presidente Duque al exigirle al ELN como condición para retomar las negociaciones de paz que libere a la totalidad de los secuestrados en su poder y cese completamente en todas sus acciones delictivas, es correcta pero no parece realista o del todo consistente.

Pensar que esta guerrilla deje de repente y sobre una base permanente de secuestrar, extorsionar, atacar oleoductos o a miembros de las fuerzas armadas para poder sentarse a la mesa de negociaciones con el Gobierno, es por decir lo menos, una ingenuidad.

No son las épocas doradas de glorioso altruismo revolucionario y de místico heroísmo del Sacerdote Camilo Torres Restrepo. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y grandes han sido las transformaciones de esa guerrilla.

Otra interpretación, menos benigna de la rígida posición presidencial, sería que tan extrema exigencia es una manera velada de dilatar o de evadir las negociaciones y rescatar, como lo ha reclamado con vehemencia el Ministro de Defensa, el espíritu de combatividad de nuestras valerosas fuerzas armadas, a quienes Botero les demanda  irreverentemente prontos resultados.

Ya esas perentorias exigencias las habíamos escuchado en otros tiempos y la presión de esos días condujo al truculento resultado de las espeluznantes ejecuciones extrajudiciales de miles de inocentes jóvenes colombianos que, con seguridad, sí estaban incluso “recogiendo café”.

Si se mira bien, el Presidente Duque afirma querer asumir ese proceso negociado de paz con el ELN, pero lo está planteando por donde esos procesos  normalmente culminan, ya sea a través del acuerdo entre las partes, por la derrota militar de una de ellas, y no por donde ellos comienzan. Una posición, por sus posibles efectos, similar en su aparente inflexibilidad a la que en el pasado entrabó también las negociaciones con esa guerrilla,  sostenida por el ex Presidente Uribe desde su primer mandato, cuando sostenía reiteradamente que en Colombia no había conflicto armado sino una partida de terroristas contra quienes el Estado debía solo actuar con la plena contundencia de la fuerza.

Tal obstinado pensamiento fue la preciada perla de su esquema nacional  de seguridad democrática. Que impidió que, en su momento, no solo se llegará a concertar un acuerdo con el mayor grupo subversivo del país, las FARC, sino también con la segunda fuerza alzada en armas, el ELN. A ninguna de las dos guerrillas fue capaz su Gobierno de vencer militarmente. Solo hay algunos que aseguran que en parte solo las debilitó. Sin duda se aproximó a ello. Pero fue un “casi” que tampoco vale, como tantos otros en Colombia. A la historia no pasará Uribe como quien derrotó a las FARC, sino como quien fue derrotado por ellas cuando firmaron la paz con quien lo sucedió.

Ahora, en cambio, el Gobierno actual reconoce la existencia del conflicto pero no parece estarlo conduciendo a una mesa de negociación sino al campo de batalla, al imponerle al ELN una condición inalcanzable como requisito previo. Si esa condición es inamovible, sin esguinces ni atenuantes,  ello equivale a abortar el proceso desde ahora. 

Y los efectos serían más guerra, más víctimas, más desplazados, más violaciones al Derecho Internacional Humanitario, más esguinces  o justificaciones para la actuación del siniestro paramilitarismo, más desdén por las víctimas, más muertes de líderes sociales y defensores de derechos humanos, más derroche millonario en armamentos, menos inversión en educación, infraestructura y desarrollo, más retrasos en la solución del ancestral problema agrario, más narcotráfico, más corrupción,  menos confianza inversionista, más tensiones con los países vecinos, a veces convertidos en burladeros de la guerrilla. Y al final, como lo hemos visto ya, no habrá derrota alguna de la subversión por las armas del Estado.

El grupo guerrillero continúa estacionado por ahora en La Habana con presuntas ilusiones  de negociar la paz y, según afirma, tal como también lo dice el Presidente, con plena disposición para ello. Aunque desde luego, en la prolongada espera, continúa actuando delincuencialmente como ha sido su inveterada costumbre de tantos años.

Así, por ejemplo, lo ha demostrado con los varios secuestros, antiguos o nuevos; unos que reconoce como perpetrados por él, otros que oficialmente se le atribuyen; con  las recientes y riesgosas liberaciones de rehenes en enervante gota a gota,  sin claros protocolos oficiales de seguridad y sin que parezca haber coincidencia en el número de los plagiados entre la guerrilla y los datos del Gobierno; con nuevas voladuras del oleoducto Caño Limón – Coveñas, de tan tremendo impacto negativo en la economía y en la ecología.

El plazo de un mes parecería haber sido corto si el Gobierno se empecina en seguir exigiendo la total desaparición de las acciones delictivas de la guerrilla, como muestra fehaciente de su voluntad de paz y seña de que realmente busca la desmovilización, el desarme y la reinserción. Habría sido seguramente entonces mucho más realista el esquema de Santos, consistente en negociar la paz en medio del conflicto; pues finalmente logró resultados concretos.

No es que los recientes brotes de dispersiones de cabecillas notables en los grupos que conformaron la antigua guerrilla de la FARC, cuyo compromiso con los acuerdos de paz se creía más sólido; la lentitud en los procesos de reincorporación y  algunas otras  falencias que algunos anotan, dejen de preocupar. Sino que son muy grandes las expectativas de tantos ciudadanos en que el proceso de paz logrado con las FARC se fortalezca y se complete y que ese magno esfuerzo se complemente con el de ajustar oportunamente un tratado con la guerrilla supérstite del ELN.

Para ello habría que comenzar por creer en la pertinencia y necesidad de un cese bilateral del fuego. Pero no puede pensarse en que ese cese sea unilateral y que solo la fuerza pública podría seguir disparando, tal como algunos lo han sugerido, no se sabe bien si con conmovedora candidez o con desmesurada prepotencia.

No hay duda de que la tarea también hoy es de una dificultad muy notable. Los intentos para llegar a un acuerdo con el ELN son el acumulado de los esfuerzos de siete diferentes gobiernos, que se inician en el de Betancur en los años 80; continúan con Barco, que buscó el diálogo a través de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, de donde salió la desmovilización del M19. En los años noventas, en el ambiente de la Asamblea Constituyente, durante el Gobierno de Gaviria, se logró el desarme del EPL, del Quintín Lame y de otros grupos menores; se hicieron esfuerzos en Venezuela y en México con avances en el Proceso de Paz de Tlaxcala, frustrados por el secuestro y muerte en cautiverio del exministro Argelino Durán. Samper, en medio de sus dificultades políticas, firmó un preacuerdo en España que se fortaleció en Alemania, pero que no llegó a cristalizar. Pastrana, hizo también contactos con el ELN en La Habana y en Caracas, pero bien pronto sus esfuerzos  se priorizaron hacia las FARC, con el lánguido y desastroso resultado final, bien conocido por el país y el mundo. Vino después Uribe con su comentada postura intransigente. Santos avanzó en los esfuerzos de entendimiento tanto en Quito como en La Habana, e insistió desde luego en la liberación de los secuestrados. En vísperas de terminar su gestión, incluso se aproximó a la posibilidad del cese bilateral del fuego. Ahora, le deja a Duque el tema en esa avanzada situación y el ELN finca su ilusión en continuar su negociación de paz con el nuevo Gobierno.

Acometer supuestamente un proceso negociado de paz, visualizándolo en su etapa final y no por la de su comienzo, como parece estarlo haciendo el Gobierno, no canaliza ese propósito político ni alienta la esperanza ciudadana; por ese estrecho camino solo escucharíamos de nuevo los angustiosos clarines de guerra del concierto caótico y sin fin, bien próximo a una hecatombe de exterminio, culto en el que tantos creyeron y algunos se empeñan fanáticamente en seguir profesando como efecto del embotamiento de sus sentidos envueltos por una persistente pero engañosa  propaganda acerca de sus supuestas y mágicas virtudes.

La paz siempre será preferible. Pero su procelosa conquista habrá que asumirla con la urgencia que el país reclama en forma muy madura y seria por todas las partes involucradas en el sobreviviente conflicto, comenzando por el joven señor Presidente Duque y desde luego por el díscolo y tantas veces marrullero ELN.

*Director del Observatorio de Paz de la Universidad Libre

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